Holocausto judío vs holocausto cubano.


¿Qué tienen en común? parecieran dos asuntos totalmente ajenos, pero si le buscamos bien, podríamos encontrar alguna analogía.

Los judíos por largo tiempo han usufructuado y obtenido pingües beneficios de su martirologio eterno (desde tiempos de Nabucodonosor, si bien recuerdo, hasta la reciente matanza perpetrada en Gaza “para defenderse”). Y hay de aquel que discrepe del punto de vista judío, porque inmediatamente se le asigna el adjetivo de “antisionista” en el mejor de los casos. La sensibilidad judía tan expuesta siempre, sale a reducir ante el más mínimo cuestionamiento de sus métodos objetivos u opiniones. Algo similar ocurre con los cubanos contemporáneos (y por cierto, no solo de los que viven en la isla,).

La configuración actual de la sociedad moderna cubana moldeada en los cánones “revolucionarios” impuestos durante dos generaciones sucesivas, no podía permanecer inmune a los cambios globales recientes. La escasez de recursos de todo tipo, así como los vicios del consumismo, insertos ya profundamente en los habitantes y estilos de vida de los cubanos, han permeado profundamente en la otrora generosa y honesta población cubana (ciertamente, las generalizaciones son siempre riesgosas). La frustración de no poder ser como “los otros” es enorme y genera esa necesidad de alcanzar esos estatus de estilos de vida occidental. Para alcanzar dichos objetivos recurren a prácticas de corrupción y degradación social conocidas desde los imperios faraónicos. La prioridad de abastecerse de alimentos para satisfacer una necesidad básica ha sido relegada aparentemente por la de hacerse de ropas de marcas prestigiadas o del gadget más novedoso (¿acaso el Periodo Especial fue un mal sueño?). Desde luego, que el origen de todas estas desgracias e insatisfacciones personales es atribuida por los cubanos a un estado protector-benefactor-dictatorial (como los judíos que se lamentaban de su mala suerte en su cautiverio babilónico a las orillas del Eufrates, atribuyendo todas sus desgracias a su adoración inicial a Baal), que no da pie a la más mínima discrepancia, a su fiero control sobre la vida de sus gobernados.

En Cuba, no hay figuras que se puedan erigir como representantes de los justos anhelos de una mejor sociedad dentro de las normas revolucionarias o potencialmente post-revolucionarias. Abundan en cambio, los mesías demócratas que traerán “la libertad ansiada a los pobres cubanos” (v. gr. las damas de blanco, la fundación cubano-americana). Fuera de esas cuestionadas organizaciones “pro-democráticas” no existen personalidades que pudieran hacer un contrapeso real y serio al régimen actual cubano. Toda discrepancia reside en lo anecdotario y las frustraciones personales contadas de manera interminable por el ciudadano de a pie (que hay que decirlo, son la mayoría).

Así que el martirologio cubano se ha convertido en un elemento constante, continuo, en el cubano promedio. Si bien éste, no produce los mismos beneficios que el correspondiente y eterno martirologio judío, les ayuda al menos a proyectar -con ese carácter tan peculiar de los isleños- sus frustraciones y darles un poco de paz emocional, ante la imposibilidad de cambiar las cosas en su patria.

En lo personal tengo muy buenos y queridos amigos cubanos, lo que no me ha impedido discutir con ellos estos temas tan espinosos y complejos. Sin embargo, no se puede negar que a veces es díficil hacerlo, ya que cuando la emoción se involucra, la racionalización se torna complicada.

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